lunes, 31 de diciembre de 2012

Desarmar la palabra

Pretendo terminar el año con una reflexión personal y un propósito: desarmar la palabra, desarmar mi discurso de toda prepotencia, argumentos a medias, chantajes velados o verdades inamovibles. Desarmar la palabra y exigir desarmarla a quien tenga cerca o discuta conmigo.

Nos conviene desarmar la palabra. Dar valor al diálogo y a la reciprocidad de argumentos. Necesitamos defender una postura coherente desde la seguridad de que la otra parte -que no piensa como nosotros, que quizás está en las antípodas ideológicas- puede también defender la suya, estando dispuestos a que todos ganemos algo sin necesidad de renunciar a aquello que nos parece esencial de la postura propia.

Difícil arte que pide, de entrada, dos actitudes bien claras: la de renunciar a poseer toda la verdad, a que todos mis argumentos formen parte de una verdad esencial e indivisible, y la de escuchar los argumentos del otro, llegar a conocer lo que es esencial para él y hacer su discurso "divisible", de forma racional, para poder mantener un diálogo real.

Si por mi parte hago este difícil ejercicio de desarmar mis palabras de amenazas, chantajes, miedos y absolutismos, tendré el derecho -y el deber- de exigir esta misma actitud a la otra parte, aunque no la muestre al principio. La asertividad, la ayuda de un tercero que actúe de mediador o bien la mutua obligación de una escucha activa serán herramientas que desactivarán la fuerza destructiva del diálogo de sordos.

La palabra desarmada tiene una inmensa fuerza porque la pone toda en la razón. Y esta palabra sirve tanto para resolver un conflicto armado (como el que asola Siria), un conflicto entre pueblos (como el de la emancipación de Cataluña), un conflicto entre vecinos de barrio o enrtre dos personas.

Desarmar la palabra: una labor de paz que me empeño en construir a partir de ahora para poderlo exigir también a los demás. Una labor muy necesaria en los tiempos que corren.


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