El prestigioso periodista Nicholas Kristof (dos veces premio Pulitzer)
celebra en un artículo reciente en The New York Times que hay la posibilidad de que la pobreza extrema (mortalidad infantil, cabañas de paja, enfermedades crónicas y discapacidades evitables) se acabe antes de 2030. Se
basa en datos del Banco Mundial que señalan que la proporción de
personas que viven en condiciones de extrema pobreza en el mundo se ha reducido desde una de cada dos en 1980 a una de cada cinco en el día de hoy, y el objetivo es haber reducido esta proporción a prácticamente cero en el año 2030.
Enseguida señala también que el final de la subsistència en condiciones
extremas no resuelve el problema de la pobreza "demasiado grande en nuestras
sociedades", pero ayuda a resolver otras dificultades como la
superpoblación, ya que "cuando las familias saben que sus hijos sobrevivirán, es más probable que tengan menos y que inviertan en ellos más recursos". Hay datos que lo avalan, como por ejemplo el índice de hijos pro mujer en Bangla Desh, que ha pasado en tan
solo una generación de cinc a 2,2.
Hasta aquí, la buena notícia. Algunos compromisos internacionals (como los
Objectivos de Desarrollo del Milenio), algunos compromisos nacionales
(como el de los estados que siguen dedicando el 0,7% del PIB a Ayuda al desarrollo), algunas presiones ciudadanas, la acción continuada de
movimientos, ONG e instancias solidarias y el mecenazgo privado han hecho que
ahora "estemos mejor que cuando estábamos peor", y podamos contradecir con fuerza los argumentos de los profetas del mal que hace tiempo proclaman que la solidaridad
internacional no sirve para nada. Nos encontramos, realmente, en una encrucijada histórica.
Un momento histórico que afronta una gran
contradicción: ya hay más personas en el mundo que tienen teléfono móvil que lavabo, y el nivel de vida de las clases medias urbanas -en
general- està empeorando, dando como resultado que la desigualdad aumente en todas
las sociedades en una medida preocupante.
Las élites
económicas (i políticas) se están dotando poco a poco de una corte de
personas y familias con sueldos altos, buenos contactos, que són consumidores culturales y de bienes y servicios y que no llegan en conjunto ni al 20% del cuerpo social. Hay otro 20% que vive por debajo del umbral de la pobreza, en realidades donde se buscan apaños,
recursos, subsidios y ayudas públicas o privadas que rayan la
beneficència, y un 60% de personas cada vez más bien informadas y
formadas, que somos contribuyentes netos de un sistema que soporta sobre ellas
la mayor carga fiscal i responsabilidad ciudadana.
Esta es la ciudadanía que hoy tiene miedo de perder ...¡ lo que está perdiendo mientras tiene miedo! Pero esto no es para siempre, porque hay una gran capacidad de movilización en el espíritu humano y también una gran intolerancia ante la desigualdad
creciente. Ésta es la herramienta más potente para cambiar las cosas.