jueves, 28 de agosto de 2014

Rabia, impotencia, perplejidad

Europa y el Próximo Oriente hierven de conflictos armados históricamente mal resueltos, en un momento de búsqueda de un "nuevo orden internacional" (léase un nuevo desorden, con dominadores y dominados), cuando la comunidad de naciones se aferra a un juego de equilibrios de fuerza y mal llamadas soluciones militares -es decir, puramente violentas- en una espiral que nunca termina: Bosnia (nuevamente en fase de pre-ebullición), Iraq, Siria, Israel, Ucrania, ... Horrores que nos parecían superados se repiten un día y otro. ¿Por qué y hasta cuándo?

Los humanos tenemos cada vez más información, más interconnexión, más interdependencia, más capacidad tecnológica i más posibilidades materiales y culturales para disfrutar del planeta, pero seguimos empecinados a resolver nuestras diferencias de una forma demostradamente inútil, poco duradera, cruel e inhumana. ¿Hasta cuándo el uso de la violencia no será denunciado y proscrito masivamente por la ciudadanía, que vive la pesadilla sin llegar a creérsela?

A escala personal nos preguntamos qué es lo que nos permite cerrar los ojos ante tanto sufrimiento, tanto horror como vemos y oímos, cuáles son las claves de la impotencia que nos paraliza. A escala global, nos preguntamos también qué puede haber detrás de la impotencia de gobiernos y organizaciones internacionals, incapaces de resolver los conflictos de una manera duradera y justa.

Por supuesto que las respuestas son complejas y variadas, seguro que no hay una receta milagrosa, pero creo que hay dos factores que son determinantes y actúan de freno a cualquier alternativa a la violencia como forma de resolver los conflictos.

En primer lugar el predominio, cada vez más acusado y vergonzante, de la economia sobre la política, de las grandes finanzas, del lucro, de la riqueza por encima de cualquier otra cosa. Eso está otorgando un poder quasi ilimitado a una élites económicas que no "viven en la sociedad" sino en su mundo, que siguen sus propias reglas y marcan las de los demás, que actúan de espaldas al sufrimiento humano y condicionan a la clase política hasta cotas inimaginables hasta ahora: todo se compra y se vende -también los cargos políticos-, el verdadero liderazgo mundial está en manos de personajes ricos y triunfadores que hacen y deshacen:  Mientras tanto, la clase política mundial ha perdido la iniciativa para regular los mercados, para poner límites al lucro, redistribuir la riqueza generada entre todos y todas y para ordenar la vida pública. Cada vez está más claro que los políticos que permiten la venta masiva de armamento a quien convenga, que  negocian acuerdos internacionales de espaldas a la ciudadanía o aceptan impotentes una mala solución a un conflicto antes permitido y a veces alimentado de lejos, no nos representan. Cada vez está más claro que los intereses económicos están en la base de la geoestrategia y que ésta ya casi no tiene en cuenta más límites que evitar el lucro ajeno.

A mi entender es necesario, de forma urgente, devolver la centralidad a la política y cortar de raíz la 'puerta giratoria' entre la política y las finanzas, de forma que puedan rebrotar nuevos liderazgos políticos, capaces de servir con independencia de criterio a los intereses públicos.

El segundo factor que impide la solució dialogada y no violenta de los conflictos es que la cultura de la violencia se ha instalado en nuestras vidas como si formara parte de nuestro ADN.  Desde los juegos hasta las relaciones parecen basadas en la violencia como la forma más natural de vida. La competencia parece más saludable que la cooperación. El triunfo personal está en vías de sustituir al bienestar grupal, y la "buena convivencia" parece basarse cada vez más en la imposición de un orden social injusto que la mayoría tiene que aceptar porque "es lo que hay" (frase peligrosa donde las haya, por su capacidad paralizante y de conformidad con la injusticia).

En este sentido quizás conviene recordar que el conflicto no podemos evitarlo, forma parte de nuestra condición humana, pero que la violencia como forma de resolverlo sí que es evitable. Lo recordaremos una y otra vez.