miércoles, 24 de septiembre de 2014

España, un Estado ajado (y 2)

El final de la dictadura franquista y el período de la transición democrática (lo que a menudo se denomina como "la única cosa que se podía hacer en aquel momento") ha traído como consecuencia dos realidades incontestables: un largo peíodo de democracia formal con todos sus méritos, luces y sombras, y también una muy frágil conciencia y praxis democràtica, construída como fue con pies de barro, con las élites franquistas intocables y sin posibilidad de cerrar muchas heridas importantes.

Para explicarlo mejor, tres ejemplos -sacados de la actualidad reciente- de la debilidad de la democracia española y del carácter ajado, rancio y caduco de su Estado.

estas semanas se debate en el Congreso de Diputados un proyecto de Ley para retornar la ciudadanía española a los descendientes de los judíos expulsados de las Coronas de Castilla y de Aragón en 1492 (los llamados sefardíes), siempre que "demuestren conocimiento de la lengua española hablada por ellos". Primer contrasentido e injusticia de una ley, que parece más pensada para atraer dinero que para reparar un mal histórico, al dejar fuera de ella a todas las personas que podrían acreditar conocimiento del catalán hablado por ellos en aquel tiempo, pero no del castellano ladino. Viniendo de un Estado que ha demostrado sobradamente el menosprecio por el artículo 2.2. de la Constitución (la defensa y promoción de los idiomas 'cooficiales' del Estado), deja fuera a todos los descendientes de judíos que vivieron en buena parte del Reino de Aragón en aquellos siglos.

Pero todavía resulta más grave dejar fuera del proyecto de Ley, sin vergüenza ni explicación alguna, a los descendientes de los moriscos que fueron expulsados por el mismo Decreto real y no pueden demostrar que lo son porque hablaban en árabe, castellano o catalán. Hacer una ley a medida para contentar a una minoría de los posibles beneficiarios parece, como mínimo, ridículo y poco inteligente.

El segundo ejemplo lo tenemos cada día en las portadas de los periódicos. Es el festival de corrupción pública, permitida por las instituciones del Estado durante muchos años, de imputacions, desimputaciones, declaraciones y desvergüenza de una parte de la clase política que, con su descarada actuación -más pendientes de caer graciosos que de ser honestos- desprestigia el ejercicio de la política y provoca una desafección ciudadana muy grave y vergonzante. El globo se hincha (Gurtel, los ERO andaluces, el caso Palau, la Generalitat Valenciana, ...), se hincha y se deshincha, dejando la sensación de que todo acabará en aquello que e fútbol se denomina "patada adelante y pasar minutos".

El comportamiento del Estado, de sus representantes, con los altavoces de algunas personalidades políticas y de medios de comunicación 'nacionales' ante el proceso soberanista catalán, constituye un tercer ejemplo de un Estado autoritario, imperial, rancio, sin estructuras verdaderamente democráticas, que no se corresponde con la democracia que dice practicar. Palabras como "Si no fuera porque en el País Vasco nos mataban, lo de Cataluña es peor" (Rosa Díez, 22 de octubre 2014), o bien "Es igual de democrático imponer la voluntad por la violencia que por las urnas" (Alfonso Alonso, 21 de març 2014), y otras mil expresiones que se oyen a diario en sede parlamentaria, en mítines o en tertuliuas de medios de comunicación, merecerían en cualquier país democrático la intervención del mismo Fiscal general del Estado. La suerte, o mejor la verdadera fuerza del proceso catalán es que opone a todo ello alegría, esperanza, compromiso, convencimiento, hastío, denuncia pacífica y razonamiento Es el mundo al revés, y es comprensible que muchos ciudadanos -como yo- no quieran fpormar parte de un Estado donde votar es ilegal y lo que es legal es no votar.

De todo ello, y mucho más, solamente puedo extraer una conclusión: el Estado español, sea cual sea la deriva de acontecimientos de los próximos meses, necesita imperiosamente un repaso a fondo y una re-visita a todos los dramas que permanecen bajo la alfombra de la Historia.

sábado, 13 de septiembre de 2014

España, un Estado ajado (1)

En estos últimos dos años estamos asistiendo con creciente preocupación a algunas de las consecuencias más notorias de las decisiones que se tomaron al final del franquismo. La ausencia de ruptura con la dictadura supuso que la cuerda de los poderes fácticos no se tensara en demasía, a cambio de iniciar un período de "democracia con muletas", alternancia en el gobierno de la cosa pública, mantenimiento de las mismas élites económicas y sociales y aceptación de las hipotecas necesarias para ser reconocidos en la escena internacional (especialmente la Unión Europea y el vergonzoso ingreso en la OTAN).

La primera consecuencia de todo ello es que no ha habido un proceso auténtico de reconciliación entre las dos Españas, una fase de 'conocimiento de la verdad / las verdades', previo al arrepentimiento y perdón reales, y por eso no se ha construído un verdadero proyecto de nuevo Estado en todo este tiempo. Se trata de un hecho verdaderamente grave, porque ha dejado desprotegida a una parte de la sociedad, a quien se ha escamoteado la memoria histórica, quedando además impunes (no conocidos, no reconocidos y no perdonados) los crímenes de un régimen vencedor de un golpe de estado. Hoy, las nuevas generaciones no pueden comprenderlo y constituye el principal factor de deslegitimación de la transición.

La segunda consecuencia ha sido que la sacralización de las leyes promulgadas en el período 1976-1982 configuran un Estado rígido, ajado, anticuado y con poco aire. Se hizo como moneda de cambio para dar cobertura a un 'nuevo régimen' no tan nuevo: a partir de la aceptación de toda la legislación anterior, cambiando solamente aquello imprescindible -lo primero, la Constitución- para homologar el país a una democracioa europea y adaptando el resto del corpus legislativo. Hoy, como puede comprobarse en el proceso soberanista catalán o en las demandas del movimiento 15-M, ése caracter quasi sagrado ya no se sostiene porque sectores importantes de la sociedad demandan legalidad con legitimidad democrática.

La tercera consecuencia de "lo único que pudo hacerse en la transición" (como repiten numerosos protagonistas de aquellos años) ha sido que los trescientos apellidos ilustres del franquismo, añadiendo doscientos más de una clase política acomodaticia, son hoy los que dominan las esferas económica, política y social del Estado, apellidos que han demostrado muy poco apego por la democracia real, participativa y muy poco apoyo a las organizaciones civiles.

"De aquellos polvos estos lodos": Las mismas élites, con leyes sagradas y aparentemente inmutables, sin haber hecho examen de la realidad en ningún momento, son sin duda una mezcla explosiva y un caldo de cultivo propicio para la corrupción, el clientelismo, el populismo y la homogeneización.

En una próxima entrada expondré tres ejemplos, muy recientes, de este desaguisado que requiere una regeneración profunda y general.