jueves, 14 de mayo de 2015

La inmigración en el Mediterráneo no es tal, es una crisis humanitaria

¿Sabías que en 2014 llegaron a Europa un total de 440.000 personas de países empobrecidos o en guerra, y que 252.000 de ellas fueron retornadas a sus países de origen después de juicios rápidos? Eso significa que se quedaron en Europa menos de 200.000 personas, que significa un 0,04% de la población europea.

¿Sabías que Canadá tiene una política de cupo migratorio de un 1% anual sobre su población?  ¡Hubiera supuesto la integración de 5 millones de personas! ¿Sabías que -a pesar de las continuas alertas de los telenoticias- en 2015 han llegado a Europa un total de 50.000 personas? Dicho esto, ¿cópmo es que hay un sentimiento bastamnte generalizado de desbordamiento, de alud migratorio, y se habla de inmigración cuando habría que hablar de crisis humanitaria, porque se trata sobre todo de una crisis humanitaria de proporciones gigantescas?

Hay, según muchos indicios, diversas causas e intereses que la ciudadanía concienciada debería desvelar. En primer lugar, hay un problema importante de percepción sobre la inmigración. Según un estudio publicado en The Guardian, España es el cuarto estado en el mundo donde la percepción sobre la inmigración es más errónea: se piensa, por ejemplo, que la población musulmana es del 13% sobre el total, cuando en realidad es del 2%. Esta percepción errónea comndiciona mucho cualquier debate, porque introduce factores como el miedo a aquello que es distinto, desconocido y potencialmente "invasivo", lo cual dificulta abordar con serenidad un tema (la integración social de la población recién llegada) de humanidad y de justicia global, y lo convierte en un tema de seguridad interior. Eso es lo que están haciendo, por ejemplo, los dirigentes de la Unión Europea que escamotean el verdadero debate humanitario para esconder nuestras vergüenzas colectivas. 

El segundo error interesado -éste más dramático- es hablar de inmigración y no de crisis humanitaria. A pesar de que la brecha económica entyre el norte y el sur del Mediterráneo es mayor que en cualquier otro lugar del mundo (una proporción de ingresos de 7 a 1 por el mismo trabajo entre África y el sur de Europa), en estos momentos la población africana sabe que en Europa hay muchos menos puestos de trabajo vacantes que hace unos años y 9 de cada 10 africanos emigran de sus países hacia países vecinos, y solamente 1 de cada 10 lo hace a Europa. Hoy la llegada masiva por mar a Europa se da de países en conflicto (Síria, Iraq, Somalia, Libia, Eritrea, Yemen...), donde hay más de cinco muillones de desplazados internos y refugiados que no tienen ese estatuto reconocido.

Mientras tanto, los dirigentes de la vieja Europa siguen tratando el tema como un problema de inmigración económica, con una conducta que podemos tachar de criminal si atendemos al hecho de que se trata de fugitivos de guerra, familias enteras que se juegan la piel en un éxodo incierto y cruel. Familias que llenan el Mare Nostrum de muertos y lo convierten en el Mare Mortum de nuestra vergüenza.

¿Qué podemos hacer, o mejor, qué debemos hacer de forma urgente? De entrada, promover un acuerdo internacional que aseguri los derechos de los refugiados, que asegure a las poblaciones el derecho a huir de un conflicto armado y a tener el estatuto de refugiados.

¿Cómo hacerlo? Manteniendo abiertas las fronteras de todos los países de la zona (en estos momentos, especialmente Jordania, Iraq y Turquía) , con el compromiso de Occidente de financiar la estancia provisional de la población refugiada, asegurando la seguridad de los campos de refugiados y facilitando un proceso de identificación de las personas para proporcionarles el estatuto internacional de refugiados de guerra a aquellas que no sean combatientes. 

Mientras no hagamos eso, en lugar de hablar de destruir barcos y perseguir quimeras con grandes discursos, tenemos una responsabilidad criminal con cada una de las personas que mueren en el mar huyendo de su desgracia. Si no los queremos en Europa, facilitemos que puedan vivir en países próximos hasta su regreso a casa. Se hizo en 1988 en Camboya y se puede hacer ahora. Se tiene que hacer ahora, sin esperar más.

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