jueves, 4 de junio de 2015

Había una vez un país ...

Había una vez un país donde se retransmitía por televisión la muerte cruenta de toros en horario infantil, y debían matarse en todas partes por igual, en la arena y con fanfarria y olé. Donde todas las instituciones del Estado se apresaban a cerrar filas ante el abucheo del himno "nacional" en un partido de fútbol. Donde no se aceptó el cupo de solicitantes de asilo fijado por la Unión Europea ante una crisis humanitaria. Donde se limitó la libertad de manifestación en algunos supuestos, casos y lugares incómodos. Donde los ricos corruptos entraban y salían de la cárcel con más facilidad que los pobres chorizos, y sin la obligación de devolver lo robado. Donde no todas las policías eran iguales, porque unas (las "nacionales") luchaban mejor contra la delincuencia y eran más mejores que las otras (uggh!, las policías "nacionalistas"). Donde el derecho a la intimidad -en caso de detención policial- pasaba por delante del derecho a la información. Donde el IVA -que pagaban todos los ciudadanos- subía más que el impuesto a la riqueza, que tenían algunos.

Y todo eso sucedía en unas pocas semanas, no fue fruto de muchos años, no. No era un país nacionalista, tampoco; los nacionalistas eran los otros, malos, insolidarios y hasta "delincuentes" a veces. Ese país era simplemente La Nación, con mayúsculas, y todos los ciudadanos la vivían, la sentían de veras o a la trágala y pobre del que no la sienta, no es digno, es un delincuente potencial y el peso de la ley caerá sobre él, ahora o con la próxima ley de te vas a enterar.

- Papá, ¿y qué más?
En ese país se hablaba una lengua, imperial y extensa, coñe, y algunas otras que resultaban un incordio porque sus hablantes seguían empeñándose en costearse televisiones de peaje, diarios, revistas y hasta alguna emisora de radio que parecía polaca. Quizás -ese país- debería prohibir de una vez que nadie pudiera pagarse nada en su lengua, aunque fuera sin cargo al Estado, coñe. Y acabar con el incordio y ser de una vez Una y Grande (libre ya no lo era, se habían conformado).

La Nación era común e indivisible, como una madre, y lo era por decreto, por costumbre o por derecho de conquista. La Nación era la única, las demás no son naciones, que para eso estaba el léxico, tan rico, para llamarlas regiones, nacionalidades, autonomías, leñe. Ah! Y era una democracia como la copa de un pino, mientras conviniera a los poderes del Estado. Como Groucho Marx, siempre podían sacarse otros principios si los anteriores no le gustaban a "los poderes del Estado": un Estado, Nación, país, todo en uno porque toca. Gran país.

- Papá, ¿qué país es éste?
- No sé, hijo mío, pero yo no quisiera vivir en él.

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