lunes, 3 de octubre de 2016

Un mundo con demasiados miedos

Escribo aún en estado de shock, después de la ajustada victoria del NO en el plebiscito de Colombia (ayer, 2 de octubre) sobre los acuerdos de paz. El resultado no puede simplificarse como un NO a la paz, ni tan sólo como un NO a construir un país más justo. Pero quizás sí se puede simplificar como un NO a la generosidad con los combatientes (guerrilleros de un lado, paramilitares del otro), como un NO a pasar página a partir de la verdad, la reparación a las víctimas y al compromiso de no repetición, o como un NO a firmar la paz con quien la derecha conservadora y las élites económicas piensan cada año que están a punto de derrotar definitivamente.

En el país más desigual de América Latina (un 0,49% de la población tiene el 50% de la tierra, por ejemplo) y ante la paralización de los acuerdos recientemente firmados, no se puede dejar la negociación sobre el futuro al gobierno, las FARC y a los que han dicho NO a este acuerdo, sino que procede --a partir de ahora mismo-- crear una mesa de concertación con otros actores cívicos y sociales para debatir no sólo sobre la desmilitarización del país, sino también sobre las medidas que habrá que tomar para mejorar la equidad, el respeto a los derechos de todos y la justiocia social.

Éste de Colombia no es el únicop ejemplo de decisión tomada en el último año presa del miedo, compañero siempre defensivo y cobarde. Fijémonos en muchos de los argumentos del Brexit en Gran Bretaña, o de las políticas anti-immigración en Hungria y tros países del este de Europa, o de la paralización de conversaciones de paz entre Israel y Palestina, o de la tibieza internacional a condenar los excesos rusos en sus fronteras, o a la necesidad rusa de reivindicarse como potencia mundial con orgullo, o del dominio regional de Arabia Saudita conculcando derechos a diestro y siniestro, con la comunidad internacional mirando hacia otro lado, o las razones por las que Europa se desntiende del millón de refugiados que han llamado a su puesta con desesperación, o ...  Fijémonos bien, porque muchos de los argumentos aducidos tienen como base el miedo a la pérdida de privilegios, el miedo a no ser bien considerados, el miedo a la diversidad, el miedo a lo desconocido, el miedo al mestizaje, el miedo a dejar de ser quienes somos, el miedo, siempre el miedo,...

El mundo que nos llega, ya globalizado económicamente, sólo podrá ser un mundo donde las causas y los, problemas también serán globales, para bnien o para mal, y nos afectarán de manera directa. Las reacciones de "a mi no me afecta" tienen anunciada la fecha de caducidad, y como nos afectan habrá que afrontarlos con visión global y ánimo constructivo. Se acaban las jaulas de cristal y los privilegios geográficos, si no queremos ver un mundo invivible en permanente violencia. Los cantos de sirena de la extrema derecha xenófoba y elitista se oirán un tiempo (y lamentablemente influirán todavía en las decisiones políticas) pero no pueden augurar más que enfrentamiento y desorden.

El miedo no es un buen consejero y muy a menudo aboca al ensimismamiento, a la defensa numantina sin razones, a la exclusión del otro, a la no-cooperación sistemática.. Por eso, la conciencia ciudadana y las luchas informadas por los derechos humanos, la justicia global y la paz son más necesarias que nunca, no sea que cuando nos demos cuenta habitemos ya en un mundo con miedo en cada esquina. Con miedo al otro, que es como nosotros y también tendrá miedo.

domingo, 26 de junio de 2016

No es esto, compañeros, no es esto

Estas semanas he hecho campaña, modesta pero activa, escribiendo en twitter a favor del Brexit, por razones opuestas a las que han defendido la mayoría de británicos partidarios de salir de la Unión Europea: yo no he deseado nunca una Europa que se limite a ser sólo un mercado común --como ha defendido siempre GB-- ni una Unión limitada por el poder soberano y excesivo de los Estados miembros --como siguen pretendiendo las élites económicas y políticas de los países jacobinos como España--, ni un entramado burocrático que permite privilegios entre Estados (como el cheque británico), sino una Europa de los ciudadanos en que los máximos mandatarios políticos nos representen y sean elegidos en votación democrática, i donde un Parlamento Europeo tenga competencias definitivamente cedidas por los Estados.

Ahora, una vez realizado el referéndum británico, parece que vuelven a confundirnos interesadamente los términos, haciendo más caso a los cantos de sirena contra la inmigración y el asilo --no sea que demos alas a los partidos xenófobos--, reforzando los nacionalismos y los poderes de los Estados i proclamando quizás una Europa de dos velocidades, para permitir que el eje franco-alemán gane aún más peso i sigamos yendo a remolque de unos intereses que no son los de la mayoría. Todo ello como una involución en la dirección errónea. Ahora, más que nunca, habrá que saber leer entre líneas y fomentar que haya una opinión pública capaz de debatir en profundidad y de proclamar la queja de fondo de millones de ciudadanos, que no queremos más Estado i más economía sino más democracia directa, más política y sobre todo más políticas sociales.

Mucho de lo que está pasando tiene que ver con el miedo, que és un mal consejero y sobre todo lo contrario a la confianza, que está en la base de la paz y de la justicia. Será necesario volver a alzar la voz desde la calle, para repetir una y mil veces "no es esto, compañeros, no es esto". La salida de Gran Bretaña de la Unión es un golpe más en la triple crisis que vive Europa: de valores, institucional y de ineficacia, pero no es la única ni posiblement la más importante, porque la libre circulación de bienes y servicios no se frenará y Europa seguirá firmando Tratados con GB porque "God save the Queen" y la pela es la pela.

Más profunda me parece la crisis de valores y de inacción que vivimos, ante más de un millón de personas que llaman a la puerta de una Europa de 300 millones que dice, en boca de sus portavoces oficiales --¡mentira!-- que hay "una crisis de refugiados casi inabordable" y que identifica la población refugiada con la inmigración irregular, convirtiendo las políticas de inmigración en políticas de seguridad, como si habláramos siempre de enemigos potenciales. Esto también atiza el miedo de la gente, destroza la confianza y da alas al pensamiento xenófobo y a los nacionamismos de raíz étnica.

Si regresamos a unas pantallas atrás al año 2000, con la elaboración de una Constitución europea en base a sus pueblos más que a sus Estados, podremos construir sobre bases sólidas lo que --me permito pensar-- quiere una buena parte de la ciudadanía: una Europa de las regiones y de los pueblos, ejemplo de multiculturalismo y de solidaridad mundial, sin cuotas asignadas de poder (28 comisarios, uno por Estado, ¿dónde se ha visto?), con un Parlamento con algunas competencias legislativas exclusivas, con menos  burocracia, más efectividad y una voz potente.

Es la hora de la responsabilidad. Ojalá comencemos a reclamar solidaridad con los refugiados para perder el miedo a unos poderes que no os representan. Sería la primera piedra de una construcción que demostraría que hemos entendido el enfado de mucha buena gente en toda Europa.

lunes, 7 de marzo de 2016

Crisis migratoria y de refugio, el reto pendiente

Reproduzco, por su valor y acierto, el artículo publicado por la Coordinadora española de ONG para el desarrollo:

El planeta afronta la peor crisis migratoria y de refugio de la historia. Casi 60 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares, un vergonzoso record que evidencia a incapacidad de los gobiernos de garantizar los derechos humanos.
La respuesta europea a esta crisis está lejos de sus valores fundacionales. Mientras miles de personas pierden su vida en trayectos peligrosos por tierra y por mar, la EU construye vallas, militariza las fronteras e incumple tratados internacionales en materia de derechos humanos e incluso su propia legislación.
Las personas que inician estos viajes a ciegas huyen de conflictos bélicos, condiciones de pobreza extrema y de violación sistemática de derechos humanos. Nadie comienza una huída de este tipo, poniendo en peligro su vida y la de sus familias, si no es porque no tiene otra opción. No hay muros frenen  el derecho de las personas a encontrar un sitio seguro donde vivir.
Mientras se incumplen las obligaciones en materia de migración, asilo y refugio, se recortan los fondos para cooperación internacional que podrían contribuir a la mejora de la situación en los países de origen. Se llega incluso a plantear que parte de esos escasos fondos para cooperación sean destinados a la atención de las personas que llegan a nuestras fronteras. La atención a estas personas exige contar con fondos adicionales, específicos y suficientes.
Mientras se violan sistemáticamente los derechos humanos a las puertas de Europa, el comercio de armas continúa aumentando sus beneficios; y la lucha por el negocio de los recursos naturales del planeta y los intereses geoestratégicos campa a sus anchas.
Consecuencias extremadamente peligrosas
Las graves consecuencias de este tipo de decisiones ya se están dejando ver. Los discursos y propuestas políticas xenófobas ganan terreno y con ellos los ataques a centros de acogida a migrantes y refugiados. Aunque afortunadamente, aún son residuales, la UE y sus Estados miembros deberían mantener la alerta para evitar que se repitan los graves errores del pasado.
La ciudadanía, como viene demostrando desde hace tiempo, está muy por encima de las decisiones políticas. ONG, grupos sociales, voluntarios y voluntarias, y la ciudadanía en general se está organizando tanto en los puntos de llegada como en múltiples ciudades para salvar vidas, atender a las personas que llegan a nuestros países y contrarrestar los mensajes y discursos que criminalizan a quien debe ser protegido.
Desde la Coordinadora de ONGD venimos denunciando esta situación y sumándonos a las propuestas ciudadanas que se están desarrollando en este sentido.

lunes, 22 de febrero de 2016

A las verdes y a las maduras, señor Suárez

"Un poquito de impossible o me ahogo", leí hace pocos días en un artículo, a propósito de la cárcel en que estamos convirtiendo nuestro cerebro, limitando nuestras posibilidades de actuación a "aquello que es posible", cada vez más acotado i domesticado por la economía y su seguidismo político. Como estoy convencido que la Historia avanza a fuer de convertir lo imposible en posible, llamadme ingenuo mientras la realidad vaya jugando a favor mío.

Un ejemplo de esta prisión mental lo tenemos en las recientes declaraciones del alcalde de Ferrol, Jorge Suárez, de la coalición de izquierdas Las Mareas, que espera (supongo que quiere decir desea) que se confirme el contrato de Navantia para la construcción de cinco fragatas de guerra para Arabia Saudí. "Tengo problemas de conciencia con esos contratos, ya que no es lo mismo hacer buques para Noruega que para Arabia Saudí, pero la situación de la comarca es la que es, y entre la conciencia y el hambre ...".

Suárez no es el único a avalar este contrato inmoral. El alcalde de Cádiz, José María González, Kichi, de Podemos, dijo lo mismo hace unos días. Parece que un contrato que puede llegar a los 3.000 millones de dólares en cinco años debe pesar más en la balanza que la conculcación de la Ley española de comercio de armas (que ha costado más de veinte años de trabajo y de presión política para poder aprobarla) y que el apoyo a una monarquía dictatorial que está en guerra abierta en Yemen -2.5 millones de personas desplazadas, 21 millones con necesidad de ayuda humanitaria, 6.000 muertos y 28.000 heridos-, un régimen que da apoyo a milicias sunitas en Líbano, Siria y otros países árabes, y vete a saber con qué relaciones con Estado Islámico, el último demonio conocido.

De manera que, si el gobierno español aprueba este contrato, además de cometer una inmoralidad cometerá una ilegalidad flagrante. Mira por donde no todo vale, señor Suárez, y si en lugar de aplaudir el hecho de que nuestros principales comerciales del Estado sean el ministro de Defensa y el Rey emérito tuviéramos otro tipo de comerciales de Estado, las cosas podrían ser distintas: el dilema no es "o trabajo o hambre", es un poco más complejo. Se trata de buscar trabajo digno y dejar de remover y remover en la industria de la muerte, el comercio de unas armas que más pronto que tarde llegan a manos asesinas.

Iría bien recordarnos que nuestra conciencia no es una cárcel, no es prisionera del posibilismo de mirada corta y vuelo rasante que sólo ve lo que tiene delante de la nariz. En definitiva, que entre la conciencia y el hambre ponemos el raciocinio y sabemos valorar las consecuencias de nuestros actos.